Informe Nº: 57630/11/2014
La AUH goza de amplios consensos pero, según datos oficiales, luego de cuatro años de implementada está lejos de haber logrado los resultados esperados. La reducción en la deserción escolar es modesta y no está concentrada entre los hogares beneficiarios del subsidio. El problema no se origina en su concepción sino en la vetusta gestión […]
La AUH goza de amplios consensos pero, según datos oficiales, luego de cuatro años de implementada está lejos de haber logrado los resultados esperados. La reducción en la deserción escolar es modesta y no está concentrada entre los hogares beneficiarios del subsidio. El problema no se origina en su concepción sino en la vetusta gestión que aplica la ANSES. La solución comienza por descentralizar el control de condicionalidades de la AUH en las provincias que son las responsables de administrar las escuelas.
La conclusión del ciclo lectivo es un contexto propicio para evaluar el desempeño del sistema educativo. El tema que acapara mayor atención es que nuevamente no se ha cumplido con el mínimo de días de clases fijados en la normativa debido a la intensidad de las huelgas y al aumento de los días feriados. A esto se suman problemas más estructurales como el abandono escolar.
La deserción escolar tiene particularidades. Una de ellas es que se concentra al final del nivel medio, es decir, cuando los alumnos tienen entre los 16 y 18 años de edad. Según el Ministerio de Educación de la Nación en el año 2012 –último disponible– en los tres años finales de la educación media, la matrícula cae un 37% respecto a los tres primeros años de la secundaria. Procurando atacar este problema, a finales del año 2009 se establece la Asignación Universal por Hijo (AUH). Un punto clave del diseño es que el cobro de la prestación está condicionado a la concurrencia del joven beneficiario a la escuela.
Pasados cuatro años de implementado resulta pertinente analizar los cambios en la asistencia escolar de los jóvenes entre 16 y 18 años. Según datos de la EPH del INDEC correspondientes a los primeros semestres de los años 2010 y 2014 se observa que:
Estos datos muestran que desde que se instrumentó la AUH hubo reducción en la tasa de deserción escolar, aunque muy modesta. Por eso, todavía 1 de cada 5 jóvenes entre 16 y 18 años abandona la escuela. Pero lo más relevante es que la disminución no está concentrada entre los jóvenes que reciben la AUH. Entre los adolescentes que habitan los hogares de menores ingresos la caída en la tasa de deserción escolar es muy pequeña.
Varios factores explican estos frustrantes resultados. Entre los más importantes se destacan los procedimientos arcaicos utilizados para la gestión de la AUH. La principal inconsistencia surge de pretender realizar el control de la escolaridad desde el Estado nacional cuando la gestión de las escuelas corresponde a las provincias. Las consecuencias del centralismo se ven agravadas por la rusticidad del instrumento utilizado: la “Libreta Nacional de Seguridad Social, Salud y Educación”. En este documento de papel el beneficiario tiene que registrar los antecedentes y presentarlo periódicamente en la ANSES para recibir el subsidio. El resultado es que se recarga de burocracia al beneficiario, a las escuelas, a los hospitales y a la propia ANSES. Como era de prever, y los datos del INDEC lo confirman, la eficacia de los controles es muy débil.
Es claro que los frustrantes resultados no hay que asignarlos a la idea conceptual que subyace en la AUH sino a la impericia y a la improvisación en su gestión. La idea de condicionar las prestaciones sociales a la asistencia escolar es buena y está dando buenos resultados en otros lugares. El problema es que en la Argentina se instrumenta mal. Debido a esta deficiencia se han perdido cuatro años y se seguirá dilapidando tiempo si, como propone gran parte de la oposición, la única reforma importante que se impulsa en la AUH es que en lugar de estar sancionada por decreto, sea sancionada por ley.
Para no perseverar en el fracaso es necesario buscar alternativas superadoras. Un punto central es descentralizar la gestión de la AUH en las provincias. Esto generaría las condiciones para establecer un monitoreo informático de la asistencia escolar, lo que no sólo permitiría mejorar el control sino, lo más importante, actuar de manera inmediata en cuanto el joven deja de asistir a la escuela. El Estado nacional debería concentrarse en apoyar y auditar la gestión de la AUH e inducir a que se asuma que la asistencia es apenas el primer paso para alcanzar el objetivo primordial, que es, aumentar el aprendizaje de los alumnos.