Informe Nº: 77202/09/2018
El dólar alcanzó un valor casi equivalente al que surgiría si todos los pesos se volcaran a comprar dólares. A semejante extremo se ha llegado debido a una profunda pérdida de confianza en la política fiscal. Para recuperar la normalidad hay que acordar una estrategia políticamente viable de reducción del déficit fiscal. La elevación del […]
La elevación del valor del dólar sobrepasando los $40 genera mucha preocupación y zozobra. No se trata de exageraciones. En lo que va del año la devaluación supera el 100%, impactando en la inflación, la distribución del ingreso y la producción. Particularmente dañinas son las muy elevadas tasas de interés que viene impulsando el Banco Central para tratar de contener, sin éxito, la escalada del tipo de cambio.
¿Qué es lo que explica este fenómeno tan repentino como nocivo? Más específicamente, ¿el salto en el dólar es fruto de factores exógenos o los principales desencadenantes están asociados a decisiones políticas que tomó o dejó de tomar el gobierno? Responder a estos interrogantes es clave para trazar el diagnóstico correcto.
Una forma de abordar este tema es comparando la cotización del dólar de mercado con el valor teórico y extremo al que se llegaría si toda la gente que tiene efectivo en el bolsillo, plata en caja de ahorro y LEBAC (que son los títulos que emitió el Banco Central para que la gente no compre dólares) decidiera volcarse a comprar dólares. Haciendo este ejercicio con datos publicados por Banco Central se observa que:
Estos datos muestran que no hubo cambios bruscos en las condiciones monetarias para justificar la exacerbada escalada del dólar. Por el contrario, seguramente asociado a una mejora en las cuentas fiscales, en la actualidad hay menos pesos disponibles para comprar dólares que a comienzos de año. Tampoco hubo un shock externo negativo. De hecho, las exportaciones subieron en los primeros 7 meses del 2018 respecto al 2017. Esto sugiere que la vertiginosa suba del dólar está asociada a la creciente pérdida de confianza en torno a la capacidad del gobierno para reducir el déficit fiscal. No es falta de anuncios ni de apoyos externos, incluidos los del FMI, sino la escasa credibilidad de que los anuncios puedan ser llevados efectivamente a la práctica.
Desde que asumió, la actual administración prometió bajas graduales de impuestos, gastos e inflación apelando a que el déficit fiscal fuera financiado con endeudamiento. Pero el esquema resultó inconsistente porque la parsimoniosa reducción del déficit primario no llegó a compensar el aumento en los intereses que produjo el creciente endeudamiento. Esto hizo irreales las metas de inflación, inclusive luego de relajadas, alimentando la creciente desconfianza. La percepción de que el gradualismo requiere deuda creciente es el principal factor que induce la masiva compra de dólares.
De cara al futuro quedan dos alternativas. Una es seguir insistiendo con plantear unilateralmente nuevas promesas de reducción del déficit fiscal, que seguramente serán bien recibidas por el FMI pero que no van a tranquilizar a los mercados ya que no cuentan con los acuerdos políticos suficientes para instrumentarlas. La otra es concentrar esfuerzos en acordar con la oposición una estrategia de reducción del déficit fiscal que sea creíble.
Construir consensos en torno a una estrategia coherente y consistente es una tarea compleja que requiere mucha flexibilidad e innovación. Pero es la manera de dar señales convincentes de que la Argentina dejará de persistir en déficits fiscales crónicos. Sancionar rápido el Presupuesto 2019 reflejando la tendencia hacia el equilibrio fiscal es un hito fundamental. Por eso, la prioridad no es dialogar y acordar con el FMI sino con los gobernadores de la oposición.