El libro se concentra en la tesitura de que el problema de a Argentina no es “la grieta”. Por el contrario, el problema es un sólido consenso en torno a políticas equivocadas respecto a la gestión del Estado. Y esto lleva a la decadencia argentina. Porque toda sociedad, independientemente del camino político que elija –izquierda, derecha o una combinación– necesita de un Estado eficiente que produzca buenos servicios a la sociedad.
Un gobierno de izquierda propugna que el Estado tenga un protagonismo central en la asignación de los recursos productivos y la gestión de los servicios sociales. Si quiere ser exitoso, necesita indefectiblemente de un Estado eficiente y muy profesional para que dicha asignación de recursos y la gestión sean de excelencia. Si cuenta con un Estado ineficiente y disfuncional, los objetivos van a fracasar. Pero no porque la idea de izquierda esté equivocada sino porque no se tuvo el instrumento idóneo para llevarla adelante.
Un gobierno de derecha propugna que el mercado asigne los recursos productivos y se haga cargo de la gestión de los servicios sociales para que la gente tengan libertad de opción en el acceso a dichos servicios. Si quiere ser exitoso, necesita indefectiblemente de un Estado eficiente y muy profesional.
Porque un mercado para que funcione correctamente necesita regulaciones pro-competitivas, intervenciones anti-monopólicas y subsidios a la gente de bajos ingresos para que ejerza su libertad de elección de los servicios sociales. Al igual que el gobierno de izquierda, si no cuenta con un Estado eficiente y profesional, el mercado va a fracasar. Pero no porque el mercado sea malo, sino porque no se tuvo el instrumento idóneo para hacerlo funcionar como corresponde.
Ni qué decir si se quiere una combinación de derecha (para darle al mercado el rol de asignador de los recursos productivos) y de izquierda (para darle al Estado la gestión de los servicios sociales). Aquí se necesita un Estado muy inteligente que debe ser instrumento de dos vertientes político-ideológicas a la vez.
Lo anterior sirve para ilustrar que el Estado Argentino está muy lejos de poder ser instrumento de cualquier proyecto político. Sea de izquierda, de derecha o de centro. La razón es que se ha vuelto totalmente disfuncional y prima un férreo consenso en la dirigencia política de que hay que dejarlo como está (en el mejor de los casos) o profundizar sus vicios (en el peor y la mayoría de los casos).
Ningún proyecto político puede ser exitoso con un Estado que hace 60 años sólo tuvo déficits fiscales, que generó dos hiperinflaciones, varios defaults de deuda, más de 20 programas (fracasados) con el FMI y está obligado a financiarse con emisión inflacionaria. En los 60 años, la mitad fueron gobernados por peronistas, un cuarto por militares y otro cuarto por radicales solos o en alianzas. Más allá de las declamaciones y que hubo contadas excepciones, el consenso entre todos estos gobiernos parece haber sido evitar las políticas de equilibrio fiscal.
Ninguna política jubilatoria puede proteger a todos los abuelitos y pagar jubilaciones razonables si tiene más de la mitad de las jubilaciones otorgadas sin aportes, un cuarto duplicadas con otra pensión, 3% de jubilados que se lleva el 10% del gasto no porque haya aportado más o se haya retirado más viejo, sino por todo lo contrario, porque hay regímenes especiales que permiten a algunos aportar menos años, retirarse antes y tener jubilaciones superiores al régimen general.
La palabra es chocante, pero es innegable que el trato de los regímenes especiales es de privilegio. Pero el consenso de la gran mayoría de la clase dirigente es que con el sistema previsional mejor no meterse. Hoy el sistema previsional es la principal y más dura fuente de desequilibrio fiscal.
Ninguna política educativa o sanitaria puede ser exitosa si hay tal confusión de roles que nadie sabe quién tiene que llevarla adelante. Hay un Ministerio de Educación nacional, ministerios de Educación provinciales y en las intendencias, grandes secretarías de Educación Municipal.
Lo mismo sucede en salud pública. Tres herramientas administrativas para un mismo objetivo. Lo que termina sucediendo es que el objetivo no se logra (hay mala calidad educativas y mala gestión de la salud pública) pero no se sabe cuál de las tres herramientas es la que no funcionó. La sospecha más justificada es que ninguna de las tres porque hay una intrincada superposición de funciones entre las dependencias nacionales, provinciales y municipales que no se sabe quién es responsable de qué.
Estos y muchos otros temas más, que no entran en los análisis convencionales sobre el sector público, son los que se tratan en “Una vacuna contra la decadencia. Cuestionando consensos sobre el funcionamiento del Estado argentino”.
Su primer capítulo presenta las “Políticas de Estado” que sostienen el desorden del sector público. En los siguientes se aborda la maraña tributaria, el desorden previsional, la superposición de roles entre la nación, las provincias y los municipios, los horribles incentivos de la coparticipación federal de impuestos, la cuestión irresuelta del empleo público y la corrupción.
Un libro que invita a reflexionar para construir un Estado argentino eficiente y profesional.