Informe Nº: 06/09/2024
Es imposible eliminar los impuestos distorsivos. El Estado perdería la mitad de la recaudación impositiva. Pero hay otra solución.
Por Jorge Colina, Presidente de IDESA
En teoría económica se dice que un empresario debe asignar los recursos productivos de la manera más eficiente posible para maximizar el valor agregado.
Pero si el Estado entra y coloca impuestos en el proceso productivo distorsiona la decisión del empresario hacia la utilización de los factores productivos no gravados o menos gravados. Esto implica que el empresario pasó a tomar decisiones de producción menos eficientes. Por lo tanto, no está maximizando el valor agregado, culpa de los impuestos que distorsionan el proceso productivo (impuesto distorsivo).
De aquí que se recomienda a los formuladoras de la política tributaria que no usen impuestos distorsivos.
Que usen el impuesto al valor agregado (IVA) que no distorsiona las decisiones de producción porque el empresario compra insumos y paga impuestos en el insumo, pero cuando vende su producto y cobra impuestos, luego le paga a la AFIP lo cobrado por el impuesto neto de lo pagado en impuesto a los insumos. Así, el impuesto es neutral a cómo el empresario organizó los insumos.
El otro impuesto recomendado es el impuesto a las Ganancias de las empresas. La lógica subyacente es que una vez finalizado el proceso productivo, ejecutada la venta y realizada las ganancias, recién el Estado cobra el impuesto a las Ganancias de la empresa.
Bueno, suponga que usted decide poner una fábrica. Alquila un galpón y ahí se mete el Estado y le cobra impuesto a los sellos.
El dueño del galpón le pide un adelanto; usted le manda una transferencia bancaria y ahí se mete el Estado y le cobra el impuesto al cheque.
Importa la máquina y algunos insumos; vuelve el Estado y le cobra aranceles de importación, tasa estadística, adelanto de IVA, ganancias e Ingresos Brutos e impuesto PAIS.
Compra gasoil para la máquina y los vehículos de la planta, cuando usted mira la factura del que le vendió el gasoil encuentra que el 35% son (no uno, sino varios) impuestos.
Contrata trabajadores, les paga el sueldo y tiene que pagar 50% por encima del salario de bolsillo de impuesto al trabajo.
Llega al gran día: hace una venta. Como dice la teoría de las finanzas públicas llegó el momento de pagar el IVA. Bueno, no sólo el IVA; porque el Estado provincial le exige que le pague Ingresos Brutos y el Estado municipal tasas de industria y comercio sobre el total facturado (independientemente de si usted generó valor agregado y si tuvo ganancia; o sea, distorsivos).
Tuvo usted la suerte que esa venta fue al exterior, bueno, tiene que pagar impuesto a la exportación.
Saca cuentas y finalmente tuvo una ganancia. Como dice la teoría de las finanzas públicas, tiene que pagar impuesto a las Ganancias. Lo que paga es mísero. Entonces usted pasa a estar sospechado de evasión o elusión del impuesto a las Ganancias.
No es porque usted sea evasor o eluda. Usted pago poco IVA y Ganancias porque los impuestos distorsivos lo esquilmaron. Los impuestos que pagó durante el proceso de producción (sellos, cheque, gasoil, cargas sociales, aranceles a la importación, tasa estadística, derechos de exportación, Ingresos Brutos y tasas de industria y comercio municipal) se llevaron todo el valor agregado y su ganancia.
Para ilustrar como los impuestos distorsivos se chupan el valor agregado y la ganancia de su empresa sirve el siguiente ejemplo:
En este escenario, es imposible eliminar los impuestos distorsivos. El Estado perdería la mitad de la recaudación impositiva.
Bueno, el camino entonces es hacer que IVA y Ganancias absorban a los impuestos distorsivos. Que IVA absorba Ingresos Brutos y tasas de Industria y Comercio municipales y que cheques, cargas sociales, impuestos al comercio exterior y todo otro impuesto distorsivo sea tomado como pago a cuenta de Ganancias (o sea absorbidos por Ganancias).
De esta forma, subirá la recaudación de los impuestos “buenos” (IVA y Ganancias) y bajará la de los impuestos “malos” (los distorsivos).
Fuente: el economista