
Estados Unidos acaba de darle a la Argentina un respaldo financiero sin precedentes. En una movida poco habitual, el Tesoro norteamericano intervino directamente en el mercado local. Además, prometió un swap por 20.000 millones de dólares para reforzar las reservas del Banco Central y dejó abierta la puerta a otros instrumentos. El compromiso de hacer “lo que sea necesario” empezó a materializarse con medidas concretas y de impacto inmediato.
El mensaje es claro: sostener el programa económico argentino en un contexto de alta incertidumbre y evidentes inconsistencias. El primer efecto fue positivo: alivio en el tipo de cambio y suba en bonos y acciones argentinas. Conseguir un gesto político de este calibre por parte de EE.UU.—y que probablemente se consolide con la reunión entre Milei y Trump la próxima semana—le da al Gobierno más aire y margen de maniobra. Ahora bien, ¿alcanza para disipar las dudas sobre el rumbo económico? ¿Es momento de relajarse o apenas se cumplió una condición necesaria, pero todavía lejos de ser suficiente, para romper con el escepticismo que arrastra el país desde hace décadas?
La política también juega
Esta semana, el Congreso volvió a mostrar su capacidad para hacer daño. Por falta de conducción y coordinación, el oficialismo perdió el control de la agenda parlamentaria. El kirchnerismo logró imponer una larga lista de proyectos, en su mayoría diseñados para complicar la gestión del Gobierno. Entre ellos, por ejemplo, uno que establece un proceso para tratar los DNU que ellos mismos habían impulsado y aprobado cuando eran gobierno. Que el kirchnerismo vote así -“sin ponerse colorados”- entra en lo previsible. Al oficialismo le toca, con resignación, aceptar que este sector opositor hará todo lo posible por boicotear el programa económico.
Lo realmente preocupante es que legisladores que ingresaron por fuerzas opositoras se sumen a esa estrategia y terminen siendo funcionales a sus planes. Eso ya no es inevitable: es una muestra clara de falta de pericia política. El aislamiento y las derrotas sucesivas en el Congreso son consecuencia directa de posturas rígidas, poca apertura al diálogo y maltratos hacia quienes piensan distinto. Una gestión política que, a esta altura, muestra evidentes signos de fracaso.
Gobernabilidad, la clave
En varios de los anuncios que acompañaron el paquete de apoyo de Estados Unidos aparece una palabra clave: gobernabilidad. Por un lado, se reconocen los avances del Gobierno argentino en materia fiscal. Por el otro, se señala la necesidad de sostener esos logros y avanzar con reformas estructurales.
El mensaje implícito es claro: el respaldo norteamericano aporta tiempo y calma, pero no resuelve todos los problemas. El futuro depende de cuánta inteligencia se aplique para aprovechar esta nueva oportunidad y enfrentar los desafíos pendientes.
Esos desafíos se concentran en dos frentes: normalizar el mercado cambiario y concretar las reformas estructurales planteadas en la Agenda de Mayo.
En el plano cambiario y monetario, el objetivo debería ser avanzar hacia una flotación libre del dólar, acumulando reservas a medida que crece la demanda de pesos. Se trata de establecer reglas claras que reduzcan la volatilidad y ofrezcan previsibilidad. Con equilibrio fiscal y el respaldo de EE.UU., la transición no debería ser traumática.
Más complejo es el camino de las reformas que aseguren crecimiento sostenible. La Agenda de Mayo propone cinco transformaciones profundas: una reforma tributaria que simplifique el sistema y alivie la carga sobre la producción; una nueva ley de coparticipación que promueva la responsabilidad fiscal; una reforma previsional con reglas claras y sostenibles; una reforma laboral que fomente el empleo formal y reduzca la litigiosidad; y una reforma del Estado que reduzca el gasto público y mejore la eficiencia.
Ninguna de estas reformas puede ser encarada en soledad. Aún con un resultado electoral favorable, el oficialismo necesita sumar parte de la oposición. El 90% de la Agenda de Mayo requiere acuerdos con gobernadores y mayorías amplias en el Congreso. Sin consensos políticos, no hay reforma posible. El respaldo de Estados Unidos fue una señal fuerte, pero no garantiza nada. La verdadera prueba es interna: el Gobierno debe tender puentes, construir acuerdos y contener a sectores opositores dispuestos a acompañar un camino de equilibrio fiscal y transformación estructural.
Por Virginia Giordano
Fuente: Perfil



