Informe Nº: 15/11/2024
Las prepagas tienen que entrar por la puerta al sistema de obras sociales. Pero toda la gente tiene que estar bien financiada para que pueda ejercer su opción.
Por Jorge Colina, Presidente de IDESA
Todo aquel que tiene empleo en relación de dependencia y salario razonable tiene una empresa de medicina prepaga para atenderse cuando alguien de su familia se enferma. Lo que le llama la atención es que está afiliado, además de la prepaga, a una obra social.
Cuando pregunta en el área comercial o de atención al cliente de su prepaga por qué tiene prepaga y obra social, la respuesta que recibe es: “Porque usted hace derivación de aporte”.
Cuando pregunta: “¿Qué es derivación de aporte?”. La respuesta que recibe de la señorita que lo atiende es: “No tengo idea, pero así me dijo mi jefe que le tengo que responder”.
Como todo en la vida, lo mejor es hacer un poquito de historia.
Resulta que las obras sociales son empresas de salud de propiedad de los sindicatos con personería gremial. La personería gremial es la potestad legal otorgada por el Gobierno a un determinado sindicato para ser el único que negocia el convenio colectivo de todos los trabajadores del ámbito de aplicación. Por esta razón, originalmente, todos los trabajadores abarcados por un convenio colectivo dado estaban obligatoriamente afiliados a la obra social del sindicato firmante.
Esta cautividad en la afiliación no incentivó la buena gestión de las obras sociales. Al no tener los afiliados la posibilidad de dejar la obra social que lo destrata, la obra social no tiene incentivos a no destratarlos. Por eso es que desde el nacimiento de las obras sociales allá por 1950 siempre hubo críticas y quejas al mal funcionamiento de las obras sociales. En la década de los ’80 las agarra la caída de recursos por la crisis laboral y la hiperinflación, y quedaron tecleando.
Entran a la década de los ’90 con pésima gestión, deudas impagables y quebradas. Carlos Menem, entonces, procede al salvataje.
Les dice que el Banco Mundial tiene plata para darles, para que paguen sus deudas, y para que se reconviertan en entidades más modernas y eficientes de gestión de salud.
Los sindicalistas de la CGT se relamieron y frotándose las manos dijeron: “Vaaaamosss, Carlitos!”.
Y Carlitos allí les dio la mala nueva. A cambio, los muchachos del Banco Mundial pedían libertad de elección por parte de los afiliados y que entren a competir las prepagas.
“Ni loco!”, clamaron los sindicalistas de la CGT. Entonces “no hay plata”, les dijo Carlitos.
Los sindicalistas de la CGT ofrecieron una solución intermedia. Hagamos libertad de elección, pero no entrada de las prepagas. Carlitos convenció al Banco Mundial y así fue.
Los sindicalistas planeaban ponerse de acuerdo y que nadie reciba los afiliados del otro. No contaron con la astucia de las obras sociales más chiquitas. Estas vieron el negocio de ofrecerles convenios a las prepagas para que los afiliados que quieran ir a esa prepaga se pasen a la obra social chiquita y ésta le “deriva el aporte” a la prepaga. Esto comenzó en 1996.
Hoy se calcula que hay 12 millones de personas afiliadas a las obras sociales de las cuales 4 millones están en las prepagas con la “derivación de aportes”. Desde el otro ángulo, las prepagas tiene 6 millones de afiliados de los cuales 4 millones son estos 4 millones que “derivan aportes”.
Desde 1996 hasta el 2023, los sindicalistas de la CGT constantemente pujaron a todos los gobiernos a que cierren esta “ventana” por la que entran las prepagas. Hasta el 2024.
No cerró la “ventana”. Les abrió la puerta a las prepagas.
Y como el Presidente no anda con chiquitas, hasta las obligó a las prepagas a entrar.
Les dijo que tienen hasta el 1° de diciembre a entrar a competir abiertamente con las obras sociales, si quieren mantener estas 4 millones de personas con “derivación de aporte”.
La pregunta que flota ahora es qué pasará con los 8 millones de afiliados que no derivan aportes. Porque esta gente no es que le guste su obra social, sino que no tiene suficiente aporte para pagar el plan de salud de la prepaga. Ahora, las prepagas -en teoría- tienen que aceptarles la entrada a estos 8 millones con bajo aporte.
La justificación del Gobierno es que esta intermediación de la derivación de aporte distrae recursos de salud en un fin espurio. Tiene razón. El tema es que le queda sin definir qué hacer con los 8 millones de personas con bajo aporte para pagar una prepaga.
Este fondo se nutre de 15% de los aportes. En la actualidad se utiliza mayormente para otorgar subsidios discrecionales a las obras sociales y marginalmente a subsidiar a las familias con aportes más bajos. Si se asignara el 100% del fondo a elevar los aportes de los afiliados con menores salarios se abriría la posibilidad a que puedan elegir una prepaga.
De esta forma, la competencia entre obras sociales y prepagas se convertiría en un proceso virtuoso de mejora en la calidad de los servicios.
En otras palabras, las prepagas tienen que entrar por la puerta al sistema de obras sociales. Pero toda la gente tiene que estar bien financiada para que pueda ejercer de manera efectiva y sustentable su opción por una prepaga, si así lo desea, porque en estas condiciones las obras sociales se harán más competitivas para poder sobrevivir.
Fuente: el economista