Informe Nº: 27/04/2025
La banda fue la aspirina que calmó el dolor que causaba el crawling peg en una economía muy distorsionada con bajísima productividad. Ahora hay que atacar la enfermedad.
Finalmente, el Gobierno se animó a salir de la rigidez cambiaria del crawling peg para pasar a las bandas. En la teoría de las bandas cambiarias, el objetivo es que el tipo de cambio tenga flexibilidad y navegue en un rango que vaya por el medio. O sea, no es bueno que ande de banda en banda, porque las bandas tienen la función de guiar al tipo de cambio al medio.
En palabras simples, el techo de la banda es el “desafío” y el piso es la “amenaza”.
La cosa funciona así. El Banco Central “desafía” al mercado a perforar el techo, si el mercado cree que el techo es bajo, pero luego el Banco Central con su poder de fuego defiende el techo y, si el mercado no lo perfora, el Banco Central deja de intervenir para dejar caer el tipo de cambio al piso y allí el mercado pierde un montón de plata (la diferencia entre el techo -valor al que compró- con el del piso -valor al que tiene que vender-).
Lo ideal es que no haya una guerra de tipo de cambio entre el Banco Central y el mercado. Sino que el “desafío” (el techo) no sea tentador y que la “amenaza” (el piso) no tenga que ser utilizada. Lo recomendable es un armisticio que haga que el tipo de cambio navegue con flexibilidad por el medio de la banda.
En este sentido, la banda cambiaria comenzó bien porque largo oscilando alrededor de $1.200 o sea por el medio. Ahora, si el gobierno empieza con un trabajo de inducción para llevar el tipo de cambio al piso a fin de atenuar el impacto inflacionario estamos mal. Porque eso acumula presión para que luego se vaya al techo.
Si la banda es creíble y el gobierno logra llevar el tipo de cambio por el medio, el mercado de bienes y servicios es el que tiene que internalizar que el tipo de cambio puede variar entre $1.100 y $1.300 sin que ello signifique devaluación, por lo tanto, sin que ello signifique ponerle unos puntitos más de inflación a la lista de precios porque “subió el dólar”. Lo natural es que el dólar oscile entre $1.100 y $1.300 así que hay que hacer los costos con esta referencia.
Va a ser difícil para mentalidades dolarizadas, pero si la banda es sustentable su efecto positivo es que contribuirá a des-dolarizar las mentes argentinas.
Para que la banda sea creíble el transito por ella tiene que ser en el sendero de entre $1.100 y $1.300 y arrojar la certeza de que el techo es imperforable.
Esto exige entonces seguir trabajando para mejorar sustantivamente la competitividad real de la economía. La banda fue la aspirina que calmó el dolor que causaba el crawling peg en una economía muy distorsionada con bajísima productividad. Ahora hay que atacar la enfermedad: que es la baja productividad económica o la competitividad real.
En el documento del acuerdo con el FMI hay un gráfico hermoso por lo contundente que es ilustrando la tragedia argentina. Está en la página 23, punto 26 “Ongoing reforms will boost productivity and create a more market-based economy”. Muestra que Colombia, Perú, Chile y Mexico crecen gracias a los dos factores productivos tradicionales (aumento del empleo y aumento del capital) más que compensan la pérdida de crecimiento por la falta de productividad.
Bueno, ese gráfico también muestra que la Argentina está estancada porque crece el empleo y el capital, pero su efecto positivo se lo come la productividad negativa de la economía. O sea, laburamos e invertimos, pero no crecemos porque la ineficiencia sistémica es tan grande que se come el fruto del laburo y de la inversión.
Por eso, mucho más importante que la banda cambiaria es el Acta de Mayo que es el decálogo de reformas estructurales que el presidente Milei ofreció a los argentinos para salir de la decadencia. Decálogo que es muy pertinente pero inexplicablemente fue dejado de lado.
De hecho, en los compromisos asumidos en el acuerdo con el FMI, como reforma estructural la Argentina sólo se compromete a presentar en diciembre 2025 un plan de reforma tributaria que aborde los impuestos distorsivos nacionales, provinciales y municipales, que elimine gastos tributarios y simplifique el sistema impositivo. No más que eso. Plan. De implementación, nada.
Hay un compromiso de implementar la competencia en el mercado eléctrico mayorista lo que cuenta como un paso adelante en la competitividad.
Pero luego se cae en las simplicidades. Formular un marco fiscal de mediano plazo, un plan de privatizaciones, expandir el SIDIF (el sistema de la contabilidad pública nacional) a áreas del sector público todavía no alcanzados y la sempiterna promesa que viene desde la década de los ’90 de tener un padrón único de beneficiarios sociales para eficientizar y focalizar el gasto social.
Ciertamente que en opinión de muchos expertos es inteligente ponerse condiciones fáciles para cumplir con un préstamo del FMI. Pero termina siendo un tiro en los pies cuando la competitividad no mejora y el FMI viene a pedir que devolvamos la guita.
Y también cuando las intervenciones del Banco Central dejen de ser suficientes para sacar al mercado del techo de la banda por falta de competitividad real de la economía.
Fuente: El economista