Informe Nº: 83303/11/2019
La crisis no demuestra el fracaso del modelo chileno sino que evidencia la aspiración de los sectores más vulnerables por progresar a mayor ritmo que el resto de la sociedad. Para abordar este desafío, Chile cuenta con una ventaja que la Argentina no tiene. Hace 30 años que viene creciendo con buenos logros sociales. […]
La faceta más visible de la profunda y prolongada convulsión social en Chile –y que más se parece a los conflictos que se observan en el resto de la región– es la virulencia de grupos minoritarios. Pero lo más relevante es la masividad de los reclamos pacíficos de gran parte de la población chilena. Refleja no solo la insatisfacción de los sectores más afectados por las bajas jubilaciones, las subas de tarifas o las restricciones al sistema público de salud, sino que gran parte de la clase media se sumó a un planteo más integral.
El fenómeno sorprende porque Chile viene creciendo sostenidamente desde su recuperación de la democracia hace 30 años. Esto le ha permitido ser el país latinoamericano con mayores avances sociales. Por ejemplo, tiene la menor tasa de mortalidad infantil, la mayor tasa de escolaridad en educación básica, la mejor calidad educativa según las pruebas PISA y la mayor expectativa de vida al nacer de América Latina. ¿Cuáles son los factores que explican el inconformismo de la población?
Una lectura superficial, muy frecuente en la Argentina, es asumir que el “milagro chileno” es un mito y que su situación no es diferente al resto de la región. Una interpretación alternativa emerge al comparar algunos indicadores básicos. En este sentido, según datos de la CEPAL se observa que al año 2018:
Estos datos muestran que el “milagro chileno” existe tanto en términos de progreso material (crecimiento del producto per cápita) como social (la proporción de gente que dejó de ser pobre). El contraste con Argentina y el resto de la región es palpable. Su punto más vulnerable es la persistencia de la alta desigualdad. Que haya un proceso general y persistente de progreso no alcanza en la medida que se ignoren las aspiraciones de amplios sectores de la sociedad a avanzar hacia una distribución más equilibrada del ingreso.
No es la primera vez que en contextos de crecimiento económico se presenten episodios de convulsión social. El crecimiento genera las condiciones materiales para que los sectores más postergados reclamen, de manera pacífica o violenta, una mejora en su situación respecto al resto de la sociedad. Dicho de otra manera, no alcanza con mejorar de manera lineal la situación de todos los segmentos sociales Uno de los ejemplos más ilustrativos son las revoluciones sociales y la amenaza comunista en el marco del extraordinario crecimiento de la revolución industrial del siglo XVIII y XIX. Extremando las simplificaciones, en Europa la solución social la dio Bismarck en Alemania en 1880 cuando promueve la creación del sistema de bienestar.
Un ejemplo más cercano se observa en la Argentina con el extraordinario crecimiento económico entre los años 1870 y 1930. La prosperidad económica atrajo la inmigración masiva que, junto con las profundas desigualdades de la época, generaron las condiciones para convulsiones sociales al manto de las ideas del socialismo, el comunismo y el anarquismo entre los años 1920 y 1940. Esto dio pie a que el peronismo avance en la generación de instituciones que establecieron mecanismos de inclusión social de características análogas a la solución de Bismarck en Europa.
Salvando las distancias, Chile en el siglo XXI enfrenta la misma encrucijada que la Argentina en el siglo XX. Luego de varias décadas de crecimiento tiene que responder a las demandas populares por una mayor participación en el producto social. La encrucijada de Chile es acelerar la inclusión social sin erosionar los incentivos al crecimiento económico. Esto es lo que la Argentina no supo resolver desde mediados del siglo pasado y lo que explica su decadencia actual.