Informe Nº: 24/07/2022
Lo sucedido con el mercado bursátil durante esta semana y un análisis sobre el mercado financiero.
La escalada del dólar blue, con el consecuente ensanchamiento de la brecha cambiaria, junto con el agotamiento de reservas del Banco Central suenan como señales de alarma. Las reacciones del Gobierno son variadas.
Las más usadas es profundizar el cepo, es decir, poner nuevas trabas para acceder al mercado oficial de cambio. Pero, como la crisis se sigue acelerando, continúan los nuevos anuncios y los nuevos diagnósticos.
En este contexto, aparece el creciente cuestionamiento al rol del sector agropecuario. En particular a la estrategia de retener granos en silobolsas como herramienta para diferir la liquidación de divisas.
En un contexto internacional donde los precios de las commodities tienden a la baja, tras la reanudación de la producción de Ucrania, era esperable que los productores se apuraran en liquidar stocks. Sin embargo, hay factores muy poderosos que juegan en el sentido contrario.
El campo recibe las consecuencias de una doble discriminación. Por un lado, el atraso en el valor del dólar oficial derivado de la sistemática política que viene aplicando el Banco Central de devaluar a un ritmo por debajo del crecimiento de los precios internos.
Por el otro, por la discriminación que imponen las retenciones a las exportaciones. Estos incentivos aumentan el atractivo de esperar a que se recomponga el precio del dólar, frente a la alternativa de aprovechar los precios internacionales altos que tienden a la baja.
Este contexto es que lleva a evaluar la idea de que se podría estimular la liquidación de dólares por parte del sector agropecuario aplicando alguna media cambiaria o tributaria que mejore el tipo de cambio efectivo que recibe el producto agropecuario. Pero estos cambios, que van en el sentido de disminuir la discriminación que sufre la producción agropecuaria, no están exentos de dificultades.
Si el camino es la reducción de las retenciones, hay que considerar que se agrava la muy delicada situación fiscal. Implicaría una caída en los ingresos del Gobierno, que, si no va acompañada de una reducción de gastos, aceleraría la muy alta emisión monetaria.
Si el camino es ser más agresivo en devaluar el tipo de cambio oficial, no se puede dejar de tener en cuenta que se agrega otro factor de presión inflacionaria en un contexto donde los precios muestran un ritmo de crecimiento vertiginoso.
Las cuentas del sector externo muestran que las exportaciones están en niveles récord históricos. Es decir que, a pesar de los muy malos incentivos, la principal distorsión no la genera la caída en las ventas externas. El déficit lo genera el también récord nivel de importaciones, decisivamente determinado por las importaciones de combustible.
Por lo tanto, el principal generador de la insuficiencia de dólares no es una caída en las exportaciones, ni un “festival de importaciones” de bienes de consumo, sino en el excepcionalmente alto nivel de importaciones de los combustibles.
Se trata de un fenómeno muy paradójico, ya que la Argentina está importando energía cuando tiene condiciones para ser un país exportador neto de combustibles. Un repaso por la historia permite observar que, a partir de 1991, el saldo de exportaciones menos importaciones de combustibles creció hasta llegar a ser en el año 2006 de U$S 7.400 millones a precios actuales.
Luego en 2006, con vaivenes, las importaciones comienzan a ser más que las exportaciones, y ya en 2021 el saldo vuelve a ser negativo en U$S 1.400 millones. Es decir que, cuando se aplicaron políticas racionales, Argentina pudo se exportador neto de combustibles.
El irracional manejo de las tarifas tiene varios efectos negativos. Por un lado, desalienta la producción y genera la necesidad de importar combustibles. Por el otro, exacerba el consumo, ya que, a precios tan bajos, promueve el derroche, especialmente entre las familias de ingresos medios y altos.
Mientras en el resto del mundo es tema de preocupación cómo racionalizar los consumos de energía, en la Argentina se estimula un uso dispendioso. Aún más importante es que se genera el principal factor de desestabilización de las cuentas públicas al demandar una creciente asignación presupuestaria al rubro subsidios.
La línea de causalidad es la siguiente: tarifas atrasadas demandan un incremento en los subsidios que provoca mayor déficit fiscal financiado con masiva emisión monetaria, que tiene asociado la aceleración de la inflacionario. Ante la preocupación que genera la inflación, el Banco Central procura morigerar el problema con una política cambiaria conservadora que lleva a un sistemático atraso del valor del dólar.
Evaluada con objetividad, la crisis en el mercado cambiario muestra una multiplicidad de factores causales. Pero el más urgente e importante son las tarifas de los servicios públicos.
Revertir esta equivocada estrategia no sólo se justifica por razones de equidad (carece de lógica usar fondos públicos para subsidiar las tarifas que pagan las familias de ingresos medios y altos), sino también porque tiene un fuerte impacto en la balanza de pagos (exacerba el consumo de dólares, tanto porque desalienta la producción como porque exacerba el consumo induciendo un uso dispendioso).
En este contexto, poner la atención en las silobolsas es un error de diagnóstico o una mala excusa que sólo sirve para profundizar la crisis.