Informe Nº: 59619/04/2015
Las devaluaciones del tipo de cambio oficial muy por debajo de la alta tasa de inflación han llevado a la paradoja de que la moneda argentina sea la que más se aprecia en el mundo. Este es el preanuncio de una gran devaluación. Lo relevante no es tanto quién tomará la decisión –si el actual […]
Las devaluaciones del tipo de cambio oficial muy por debajo de la alta tasa de inflación han llevado a la paradoja de que la moneda argentina sea la que más se aprecia en el mundo. Este es el preanuncio de una gran devaluación. Lo relevante no es tanto quién tomará la decisión –si el actual o el próximo gobierno– sino si se reconstruirán las instituciones y se mejorará la calidad del Estado para que quepa la esperanza de que esta sea la última y no una más dentro de la historia argentina.
El valor del dólar está subiendo en el mundo debido a que Estados Unidos está saliendo de la crisis en la que cayó en el año 2008 por las quiebras en su mercado inmobiliario, y a que tanto Europa como Japón están apelando a la emisión monetaria para combatir la deflación y tratar de salir del estancamiento. En los últimos 12 meses, el Euro cayó un -22% y el Yen un -14% en términos reales respecto al dólar. En igual sentido, todos los países latinoamericanos están siguiendo la misma estrategia de los cuales el caso más notable es el del Real brasileño.
El tipo de cambio real es determinado por la inflación doméstica y por el tipo de cambio nominal. Cuando la inflación es mayor que la tasa a la que se devalúa la moneda, los precios internos de ese país crecen en términos de dólares y, por lo tanto, se entiende que la moneda de ese país se revalúa. Por el contrario, cuando la tasa de devaluación nominal es mayor a la inflación doméstica los precios internos se abaratan en moneda extranjera y, por lo tanto, la moneda local se devalúa.
Para el caso de Argentina, según los datos del Banco Central y la inflación que pública el Congreso Nacional, se observa que entre abril del año 2014 y el mismo mes del año 2015:
Estos datos muestran que, en Argentina, los precios domésticos suben mucho más que los aumentos que el Banco Central permite sobre el dólar oficial. Por lo tanto, el proceso de revaluación del tipo de cambio real es muy intenso. Como además la mayoría de las monedas se están devaluando respecto al dólar (los casos más notables son el Euro y el Real), el peso argentino es la moneda que más se revalúa en el mundo. Esto significa que consumir y producir en Argentina es cada vez más caro respecto de otros países.
Para que este proceso de revaluación del peso argentino fuera sostenible, la productividad en Argentina debería aumentar por encima de la productividad de Estados Unidos y muy por encima de la productividad del resto de los países, como Europa y Brasil. No son necesarios cálculos sofisticados para demostrar que esto no esta ocurriendo. Por el contrario, diariamente se suman factores de ineficiencias en el aparato productivo argentino. Por ejemplo, la falta de infraestructura, las distorsiones impositivas, la baja calidad y cortes en los servicios públicos, corrupción, burocracia, litigiosidad laboral, falta de insumos y bienes de capital, proliferación de feriados y paros.
El proceso de revaluación del peso tiene analogías con la estrategia que aplicó la dictadura con la “Tablita” de Martínez de Hoz. En aquella época hubo un largo proceso en el cual la inflación iba por encima de los ajustes sobre el tipo de cambio nominal sostenido en base a endeudamiento externo. En la actualidad, el proceso se sostiene poniendo trabas a las importaciones y consumiendo reservas. Pero el resultado es el mismo: una “primavera consumista” que tiene como contrapartida la acumulación de tensiones desencadenantes de la próxima gran devaluación.
La devaluación no resuelve los problemas. Simplemente es el mecanismo más sencillo y expeditivo para bajar los salarios reales a los niveles de productividad que se derivan del marco institucional prevaleciente. Por eso hay que considerarla como un pieza más dentro del programa del próximo gobierno, más allá de que en el oportunismo de la campaña electoral se diga todo lo contrario. La diferencia se hará si, además del ajuste devaluatorio, existe la intención y la capacidad para ejecutar un proceso de reconstrucción institucional y transformación del Estado que justifique las esperanzas de que la próxima gran devaluación sea la última y no una más dentro de la larga historia de improvisación argentina.