Informe Nº: 01/12/2023
En el verdadero federalismo, Javier Milei debe concentrarse exclusivamente en generar una macroeconomía sana, construir infraestructura y generar los tan ansiados buenos empleos (para lo cual tiene que modernizar las leyes laborales). Y hasta aquí llegar, nada más.
Jorge Colina, presidente de IDESA.
Uno de los problemas históricos de la organización del Estado argentino es que la dirigencia política confunde “federalismo” con “unitarismo generoso”.
Como ya se dijo alguna vez en estas líneas, el “unitarismo generoso” consiste en gobernar desde el Estado central queriendo dar todo a las provincias y sus municipios. Esto es, no sólo estabilidad de precios, crecimiento económico y más empleos (que es función del Estado nacional), sino también viviendas, plazas, calles asfaltadas, veredas sanas, mejor educación, mejor salud, seguridad en las calles, erradicación de la pobreza, que son todas funciones de las provincias y municipios.
El “unitarismo generoso” es el formato ideal de gobernadores e intendentes que les gusta actuar en la política local como patrón de estancia. El esquema consiste en que el intendente consigue los votos del municipio y le garantiza también los votos al gobernador. Luego, el gobernador, con sus intendentes partidarios, le consiguen los votos al candidato presidencial de su línea política.
Esta estructura que va desde abajo (el “territorio”) hacia la instancia intermedia (la gobernación) y llega a la cúspide (la presidencia) luego gratifica de manera inversa. Esto es, el presidente retribuye con dádivas a los gobernadores e intendentes que se alienaron con él y le organizaron electoralmente el “territorio”.
Estas dádivas son los programas nacionales en funciones provinciales y municipales. Con estos programas, desde el gobierno nacional se le da algunos fondos a gobernadores e intendentes fieles para que construyan algunas viviendas, arreglen alguna escuela, le construyen un puente en el ejido urbano, le hacen una plaza, le pavimentan un pedazo de calle y hasta le mandan dádivas en especie (un camión con comida para los comedores populares, medicamentos para los centros de salud municipales, etc.). Todas dádivas, no soluciones de fondo para la gente.
De esta forma, los gobernadores e intendentes afines pueden mostrar a sus votantes que, haberlos votado a ellos, les trajo fondos nacionales al “territorio”. Juntan la gente en un acto y allí anuncian la llegada de la dádiva gracias al “generoso” presidente elegido por ellos.
El mensaje para los gobernadores e intendentes no adictos al presidente es claro: alineate políticamente y vas a recibir las dádivas nacionales. Eso sí, en las próximas elecciones los nuevos alineados tienen que traer los votos al alineamiento político del presidente.
Este es el modelo político del “unitarismo generoso” donde claramente el control del “territorio” es clave si uno quiere ser, primero, presidente y, luego, presidente “exitoso”.
La gente eligiendo presidente a Javier Milei rompió con el paradigma del “territorio”.
Los intendentes y los gobernadores garantizaron los votos del “territorio” para ser elegidos o reelectos ellos. Pero cuando tenían que garantizar la subida de los votos del “territorio” para ungir presidente al candidato del lineamiento político (Sergio Massa), el “territorio” votó como se le dio la gana: Javier Milei.
Por esto, los gobernadores (del norte) e intendentes (del conurbano) alarmados amenazaban en las elecciones que, si ganaba Milei, ellos renunciarían porque dejarían de llegar las transferencias nacionales (o sea, las dádivas). Al final nadie renunció.
Ahora, todos se preguntan: ¿cómo hará Milei para gobernar sin llegada al “territorio”?
Lo que el presidente Milei tiene que hacer es matar definitivamente el modelo del “unitarismo generoso” y construir el verdadero federalismo.
En el verdadero federalismo, el Estado nacional debe concentrarse exclusivamente en generar una macroeconomía sana (erradicar la inflación), construir infraestructura interprovincial (rutas nacionales, navegabilidad de los ríos, abundantes vuelos domésticos por todo el país y la generación y transporte entre provincias de la energía) para que todas las regiones del país puedan atraer inversiones y generar los tan ansiados buenos empleos (para lo cual tiene que modernizar las leyes laborales). Y hasta aquí llegar, nada más. Este es el rol del Estado nacional en el federalismo.
Las provincias (con sus municipios) deben asumir la exclusiva responsabilidad -sin dádivas del Estado nacional- por los caminos provinciales, las viviendas, el urbanismo, la seguridad, la educación, la salud y paliar la pobreza. Aquí surge un tema muy importante.
No todas las provincias van a tener igual calidad en la gestión de estos servicios. Habrá provincias que tendrán menos déficits de viviendas, medio ambiente más cuidado, más seguridad, mejores escuelas y hospitales públicos, menos pobres, que otras. Entonces, no habrá ecuanimidad en el desarrollo para el ciudadano.
Lo anterior no es una falla del federalismo. Es la esencia del federalismo. En la organización federal cada provincia y municipio tiene el destino que sus dirigencias locales (gobernadores e intendentes) puedan construir y el país tendrá el destino de la suma de las provincias.
En esta perspectiva, si el Estado nacional trajo estabilidad macroeconómica, infraestructura interprovincial en todo el territorio nacional y una legislación laboral moderna, entonces, habrá cumplido con su mandato de igualdad de oportunidades para las provincias. Pero la igualdad de oportunidades para los ciudadanos va a depender del desempeño de sus gobernadores e intendentes.
Lo que el Estado nacional puede hacer para estimular el buen desempeño de gobernadores e intendentes, no es reconstruir el “unitarismo generoso”, sino medirles los resultados sociales y publicárselos por los medios de comunicación masiva a fin de que la población sepa los resultados sociales que logra su gobernador y su intendente.
Con información, la gente en el “territorio” podrá ejercer presión social, con su voto, para que los gobernadores e intendentes mejoren los déficits de vivienda, de urbanismo, la gestión de las escuelas, de los hospitales públicos y la atención de los pobres, y dejen de venderse ante el presidente de turno y ante la sociedad como que ellos son los “dueños del territorio”.
Fuente: el economista