Informe Nº: 06/11/2023
Ante cada problema, el ministro reaccionó no para resolver los problemas, sino para posponer sus consecuencias.
Por Virginia Giordano, Coordinadora de IDESA.
Martin Guzmán se destacó por su firmeza en relativizar el déficit fiscal como causa de la inflación. En los discursos del primer ministro de economía de Alberto Fernández se repetía con insistencia que “la inflación es un fenómeno multicausal”. La experiencia demostró que, si bien son muchos los factores que contribuyen al constante aumento de los precios, en la Argentina el déficit fiscal es el más importante.
Su sucesor, Sergio Massa, nunca volvió a repetir esa frase. Por el contrario, con un enfoque mucho más pragmático, planteó la meta de reducir la inflación al 3% mensual y, en lugar de teorizar sobre las múltiples causas que generan la inflación, puso en el centro del discurso oficial el déficit fiscal.
Una cosa son los discursos y otra la realidad. Las evidencias muestran que los esfuerzos no se concentraron en equilibrar las cuentas públicas, sino en activar herramientas que permitan posponer los efectos inflacionarios provocados por los excesos en la emisión, derivados de los persistentes déficits fiscales. Ante cada situación crítica, Massa reaccionó con sorprendente habilidad y audacia. No para resolver los problemas, sino para posponer sus consecuencias. Un mago sacando conejos de la galera.
Los ejemplos más ilustrativos se dieron en el manejo de la política cambiaria. La fuerte sequía hacía recomendable mejorar el tipo de cambio para promover exportaciones y desalentar importaciones y demás gastos en el exterior, incluyendo el turismo. Pero al Gobierno le resultó más simpático hacer lo contrario: atrasar el tipo de cambio. El resultado previsible es una extrema escases de divisas.
Ante la falta de dólares, se apeló a pedirle plata al Gobierno de China, a firmar acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que no se cumplen y a consumir los dólares de los depositantes. También se inventaron mecanismos para devaluar sin decirlo (como los “dólar soja” y todos los que les siguieron) a costa de que el Banco Central de la República Argentina (BCRA) compre dólares a un precio superior al que los vende. Con la Sira (los trámites que se requieren aprobar para una importación) se reprimió a niveles extremos la demanda de dólares, perturbando la producción y generando una enorme deuda de las empresas argentinas con sus proveedores en el exterior.
En materia monetaria, se destaca la audacia con la que se apeló a las Leliq. Con este instrumento, el dinero que reciben los bancos de sus clientes, en lugar de prestarlo, lo colocan en el Central. Son pasivos remunerados, de manera que los intereses que devengan obligan a mayor emisión. El descalabro llega al punto de que, del total de pesos emitidos, sólo el 25% está en poder de la gente. El 75% restante lo absorbió el Central, por los que paga intereses crecientes, en una dinámica explosiva.
También se repartieron conejos en el resto de la economía. Las tarifas de los servicios públicos no se actualizaron al ritmo del aumento de sus costos. Posponer actualizaciones es atractivo, pero exige crecientes recursos públicos asignados a subsidios. En la misma línea se anunciaron, en plena campaña electoral, bajas de impuestos y aumentos de gastos financiados con más emisión y más inflación.
El combo de medidas, como era previsible, no logró bajar la inflación, pero por ahora fue suficiente para evitar la hiperinflación. Para el Gobierno, lo más importante se cumplió: Massa fue el candidato más votado en la primera vuelta. Obviamente, esto no fue gratis: enormes perturbaciones y tensiones se acumulan en la economía. La falta de combustible que sufrimos esta semana es apenas un ejemplo de las consecuencias de sostener políticas inconsistentes.
Mientras tanto, la inflación agobia. Descalabra el funcionamiento de la economía y genera profundos daños sociales. Se ha llegado a un punto donde pocos dudan de que hay que equilibrar las cuentas públicas para dejar de emitir. El problema es que esto lleva a hablar de ajuste fiscal. Hay pocos temas más políticamente incorrectos que plantear el ajuste fiscal.
¿Cómo dejar de emitir sin hablar de ajuste fiscal? Para este desafío, Massa también tiene un conejo. En el presupuesto 2024, el Gobierno proyecta un superávit primario del 1% del PIB. Se trata de un drástico cambio en la situación de las finanzas públicas. Para ello, se propone eliminar gastos tributarios. Los gastos tributarios son los recursos que el Estado deja de recibir por haber otorgado un tratamiento impositivo especial. Como los números no daban, para alcanzar la meta de reducción de déficit propuesta se agregaron tratamientos tributarios especiales que nunca antes se habían registrado como tales. La improvisación al palo.
Los gastos tributarios forman una gran bolsa de gatos. Incluye desde el no pago del Impuesto a las Ganancias de los judiciales, a Tierra del Fuego que no paga ningún impuesto, pasando por un montón de exenciones a sectores económicos, hasta alícuotas de IVA reducidas a alimentos y a medicamentos. En muchos casos, operan como compensación a otras distorsiones que generan las políticas públicas. Por ejemplo, como las retenciones agropecuarias son tan gravosas, los campos no pagan bienes personales.
Eliminar los gastos tributarios como medida aislada, tal como propone el Gobierno, es una estrategia inviable. Como ya ocurrió en intentos pasados, sirve para el discurso político, pero genera tantas resistencias que resulta imposible llevarla a la práctica. A Massa le permite mostrar que está dispuesto a arreglar el problema fiscal, sin ajuste fiscal. Otro conejo que sale de la galera.
Los conejos sirven para sumar votos, a costa de profundizar la decadencia. La alternativa no es resignarse al resistido ajuste fiscal (que es costoso e inconducente), sino ordenar integralmente el sector público.
Unificando impuestos, tendiendo a que las provincias se autofinancien sustituyendo la coparticipación por un Fondo de Convergencia, eliminando superposiciones de gastos entre niveles de gobiernos y ordenando el sistema previsional, no sólo se puede eliminar los crónicos déficits fiscales, sino también los déficits de gestión.
Este tipo de estrategias requiere menos oportunismo y más innovación, seriedad y persistencia, pero es la única vía para derrotar la inflación y recuperar el crecimiento.
Fuente: La voz