Informe Nº: 89617/01/2021
Los datos oficiales señalan que los alumnos de las escuelas públicas tienen menos aprendizajes, más hacinamiento y menos computadoras. En este marco, seguir sin abrir las escuelas puede contener el contagio, pero profundizará la degradación educativa golpeando con mayor dureza a los niños y jóvenes más pobres.
Luego de un casi un año sin clases presenciales, el ciclo 2021 es motivo de polémicas. Por un lado, los infectólogos y gremios docentes plantean que mientras no haya vacunas hay que seguir con las escuelas cerradas, máxime cuando está latente una segunda ola con la amenaza de una cepa aún más contagiosa. Por el otro, están las familias bregando por la apertura ya que anticipan las negativas consecuencias de que sus hijos sigan sin volver a las aulas.
Como en toda decisión de política pública, hay beneficios y costos. El principal beneficio de mantener cerradas las escuelas sería reducir la tasa de contagio. Esto, siempre y cuando, los niños y jóvenes se encierren en sus casas, comportamiento que se flexibilizó en el 2020 y que parece de muy difícil cumplimiento en el 2021. El principal costo de mantener cerradas las escuelas es atentar contra los aprendizajes de los alumnos.
Una forma de evaluar los costos de mantener cerradas las escuelas es apelando a los resultados de la prueba de calidad educativa APRENDER que anualmente aplica el Ministerio de Educación. Según esta fuente oficial, en el año 2019 se observó que:
Estos datos muestran que el cierre de las escuelas se da en un marco de profunda degradación y desigualdad educativa. Esto seguramente se profundizó en el 2020 con el cierre de las escuelas dado que los alumnos de colegios privados se adaptan mejor a las clases virtuales. Sus hogares están más digitalizados, los padres tienden a ser más exigentes con la virtualidad y las escuelas tienden a ofrecer mejores herramientas pedagógicas. Los alumnos de las escuelas del Estado tienen menos clima educativo, menos recursos tecnológicos y las escuelas ofrecen menos alternativas a distancia. Los datos de APRENDER señalan que el 42% de los alumnos de las escuelas del Estado sufren hacinamiento, mientras que sólo el 25% de los que van a colegios privados está hacinado. Además, la mitad de los hogares pobres no tiene computadoras.
Un estudio publicado en la revista Journal of Labor Economics (2018) llamado “Los efectos de largo plazo de los paros docentes: evidencia sobre la Argentina” señala que los alumnos argentinos sufrieron desde la recuperación de la democracia hasta el año 2014 casi 1.500 paros docentes con variaciones en el tiempo y entre provincias. En promedio, los alumnos argentinos perdieron medio año lectivo en su vida escolar por causa de los paros. Según este estudio, de adultos, estos jóvenes tienen menor empleabilidad y menores salarios. Mantener cerradas las escuelas podrá tener beneficios de corto plazo (menos contagios), pero trae aparejado altísimos costos sociales en el mediano y largo plazo.
La degradación educativa no sólo se explicita al comparar con países desarrollados. En el 2000, Argentina estaba a la cabeza en América Latina en las pruebas internacionales PISA. En la versión PISA 2018, Argentina está por detrás de Chile, Uruguay, Costa Rica, México, Brasil y Colombia, e igual que Perú que en el año 2000 tenía un rezago respecto a Argentina equivalente a dos años de educación. En este marco, seguir manteniendo las escuelas cerradas es una tragedia para los niños y jóvenes, especialmente, los pobres.
El gobierno nacional debería dejar de interferir en la gestión educativa. Las provincias son las que deben determinar, no sólo la apertura de las escuelas y cómo hacerlo, sino también cuestiones centrales, previas al COVID, como los salarios docentes. La Nación debe prestar mucha más atención a generar información y estudios sobre los malos resultados y propiciar debates para incentivar a las administraciones y sindicatos provinciales a trabajar en pos de la recuperación de la calidad educativa en la Argentina.
Para más información, puede comunicarse con el Economista Jorge Colina. Mail: jcolina@idesa.org Tel: +54 9 11 4550 6660.